Dos lecturas de Ambrose Bierce
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "El monje y la hija del verdugo" y "Cuentos de soldados y civiles", de Ambrose Bierce
Ilustración de Santiago Caruso para la edición de "El monje y la hija del verdugo" de Los Libros del Zorro Rojo.
Cuentista antes que novelista, Ambrose Bierce ocupa un puesto prominente en medio del camino que lleva al amante del cuento de miedo de Poe a Lovecraft. Siempre entre los grandes del género, sólo escribió una novela corta. El monje y la hija del verdugo, el título en cuestión, apareció en 1892. Parece ser que basada en un amor proscrito, alumbrado en 1680 por un franciscano de un monasterio de los Alpes bávaros llamado Berchtesgaden y la hija de un verdugo. El escenario, no puede ser más gótico. De hecho, el texto está considerado uno de los mejores ejemplos del género. Di cuenta de él hace diecinueve años, las líneas que reproduzco a continuación son las notas que tomé entonces:
Pese a que la atmósfera y los planteamientos llevan a pensar durante toda la narración que en la siguiente página se nos va a hacer referencia a una extraña entidad, lo cierto es que aquí lo sobrenatural no aparece por ningún lado.
Ambrosio, un monje franciscano es enviado por sus superiores al monasterio de Berchtesgaden, en los alrededores de Salzburgo. Durante el camino se topará con un cadalso, de cuya horca pende un ajusticiado. Pese a lo insólito del encuentro -uno de los mejores momentos del libro- en los alrededores del siniestro lugar pulula Benedicta, la hija del verdugo, cuya belleza no tardará en prendar al religioso.
La fraternal atracción que Ambrosio siente por la joven, no hace sino afianzarse ante los desprecios que la población dedica a Benedicta por la profesión de su padre. Presto a defender a la bella, el monje se ganará las reprimendas de su superior y las amenazas de Roque, un gigante fanfarrón, hijo de la máxima autoridad del lugar: el administrador.
Durante la celebración de las fiestas locales, cuando Ambrosio es puesto en aviso por Amelia -una joven mezquina que desea a Roque- de que el fanfarrón va en busca de Benedicta, el franciscano corre a impedir el encuentro. Cuál no será su sorpresa al comprender que Benedicta también se siente atraída por Roque. Días después, el pueblo, escandalizado, obligará al verdugo a que ponga a su hija en la picota.
Próxima la ceremonia en que habrá de ser convertido en fraile, dadas las proporciones que ha tomado el interés del monje por la muchacha, el superior manda a Ambrosio a meditar a las altas cumbres antes de ser ungido con los santos óleos. La soledad no hará sino aumentar la pasión del religioso por Benedicta. Él mismo comienza considerar la posibilidad de que el amor que la profesa sea carnal.
Hete aquí que entonces, muerto su padre, Benedicta ha huido del pueblo yendo a instalarse en Lago Negro, un lugar próximo a la cabaña que da cobijo a Ambrosio.
El religioso, que no quiere entender que la muchacha ama a Roque, insiste en redimirla del pecado. Finalmente, convencido de que ésa es la única forma de salvarla, la mata. Acto seguido sabemos que la confesión ha sido hecha por un condenado a muerte en sus últimas horas.
Para finalizar, una addenda nos dice que Benedicta no fue esa joven pura que imaginó el monje, sino que estaba amancebada con el verdugo. La última sensación es que toda la historia nos ha sido contada por un desquciado al que hemos creído un romántico totalmente cuerdo. Este final -esta explicación de la locura- me ha interesado tanto por sí sólo que ha conseguido suplir a esas entidades sobrenaturales, que he echado de menos a lo largo de todas estas páginas.
(abril, 97)
Puede que fuera la avidez con la que me di a las lecturas de Ambrose Bierce en los meses siguientes la que llevó a pensar que mi edición de Cuentos de soldados y civiles (1891) está expurgada o resumida de algún modo. Era tanto mi afán de aquellos cuentos que todos me parecían pocos. Desde entonces, para consolarme tiendo a pensar que esa sensación de que me faltan algunos en el tesoro bibliográfico puede deberse a que Cuentos de soldados y civiles apareció en 1892 con el título de En medio de la vida. Fue una edición corregida que bien pudo estar disminuida o aumentada y la mía estar extraída de la mermada. Pero no hallo consuelo. También son las notas que tomé entonces, tras mi segunda lectura de Bierce, ya en la primavera del 98, la que a continuación reproduzco:
Aunque sigo sin encontrar ese terror sobrenatural que vengo buscando en este autor desde que leyera El monje y la hija de verdugo, he de reconocer que esta recopilación me ha cautivado desde la primera de las narraciones: El puente del río del Búho. Cuenta la historia de Peyton Farquhar, un cultivador de Alabama -el único civil de la colección- que espera ser ahorcado por haber saboteado una vía férrea de los yanquis. Mediante una cronología en su principio fragmentada -prolegómenos de la ejecución, presentación de Farquhar junto a la sugerencia del delito que le ha llevado al patíbulo y ahorcamiento- se nos refiere la experiencia del confederado en trance de muerte. Es decir, aquella famosa última visión del moribundo que, en el caso del cultivador, le lleva a creer estar de nuevo junto a su familia.
Una escaramuza en los puestos de avanzada trata de un sudista de nacimiento que busca la recomendación de un gobernador yanqui para alistarse en el ejército de la Unión -federal, según el traductor-. Pese a los primeros recelos, el político accede y nuestro protagonista es nombrado capitán en un regimiento destinado a primera línea.
Durante una visita que el gobernador hace al frente, el capitán, al que encuentra muy demacrado por los rigores del combate, muere en el transcurso de una operación. Paralelamente se nos cuenta como Armisted -nuestro hombre- ha recibido una carta en la que su esposa, abandonada por el hombre que la sedujo, le pide perdón. De este modo entendemos que fue la infidelidad de su mujer lo que empujó a Armisted a enrolarse en las filas de sus enemigos naturales.
Adderson, aquel cuyo nombre da título a Parker Adderson, filósofo, es un espía de Unión. La noche antes de ser ejecutado como tal, se gana con sus chanzas y sus agudas reflexiones sobre el espionaje y la vida castrense al general Clavering -ya conocido de piezas anteriores- que lo interroga. Sin embargo, el momento de ser pasado por las armas se adelanta y Adderson, perdiendo el aplomo y el cinismo del que ha hecho gala hasta entonces, se abalanza sobre el capitán que ha de llevarle a la muerte, enzarzándose en una pelea contra él y contra el general. Pese a que al finalizar este combate creemos por un momento que el agente de la Unión salvará su vida. El general, desvanecido a consecuencia de los golpes que acaba de recibir, recupera el conocimiento a tiempo para ordenar la ejecución de Adderson.
En El caso del desfiladero de Coulter, Bierce vuelve a insistir en el tema del sudista enrolado en las filas yanquis. En esta ocasión es el capitán de artillería Coulter, a quien se le ordena que bombardee una posición. Como al principio se muestra reacio a obedecer la orden, su superior piensa que ello se debe a sus orígenes confederados. No obstante, Coulter sirve a su pieza con toda la valentía que se espera de él. Acabada la batalla, los oficiales pernoctan en una semiderruida mansión cercana cuando oyen un ruido. Puestos a averiguar de qué se trata descubren a Coulter llorando a su mujer y a su hijo muertos. Cabe suponer que el capitán, obedeciendo a sus superiores, se ha visto obligado a bombardear su casa.
En un paisaje dantesco, sembrado de cadáveres de hombres y caballos, en el que los cerdos salvajes se comen a los equinos aún agonizantes -lo que perfectamente puede significar que los soldados estaban corriendo la misma suerte, pero que el autor (que escribe en 1891), no se atreve a herir la sensibilidad del lector-, se sitúa El golpe de gracia. El capitán Downing Madwell, su protagonista, cuyo regimiento acaba de ser derrotado, busca entre los heridos a su amigo, el sargento Caffal Halcrow, al que encuentra en trance de muerte. Dado que no hay ningún médico cerca y, consciente de los inútiles que son los últimos sufrimientos de estos moribundos, Madwell remata a su camarada. Apenas acaba de hacerlo, el mayor Halcrow, hermano del sargento pero enemigo de Madwell, se acerca con dos sanitarios.
En Un jinete por el cielo Bierce vuelve al tema del confederado por lugar de nacimiento que combate al lado de la Unión. Aquí, el prototipo responde al nombre de Carter Druse. Pese a que de la guardia que se le ha ordenado depende la seguridad de cinco regimientos yanquis, Carter duerme. Sin embargo, cuando un jinete confederado inspecciona el terreno, el joven despierta y le encañona. Ahora bien, no se atreve a disparar, hay algo que se lo impide. Cuando acaba por decidirse a abatir al jinete y el sargento se acerca a preguntar sobre quién ha disparado, Carter contesta que sobre su padre.
Uno de los desaparecidos es la historia de Jerome Searing, a quien se le encomienda la misión de acercarse hasta las líneas confederadas y ver cuál es el estado de las fuerzas del enemigo. Habiendo comprobado que éste se bate en retirada, Searing se dispone a informar a sus superiores cuando una columna de confederados le hace amartillar su rifle a la espera de un buen disparo. Nuestro hombre ya está dispuesto a apretar el gatillo cuando la onda expansiva de un cañonazo de los sudistas le deja inmovilizado bajo unas vigas. Lo demás es esperar la muerte apartando a las ratas que le rodean e intentar llamar la atención de sus compañeros. Finalmente, cuando éstos llegan, un oficial asegura que hace una semana que Searing expiró.
Aunque el terror sobrenatural brille por su ausencia, llego al último de los relatos con la satisfacción de haber leído una maravilla, cautivadora desde sus primeras páginas. Asombra que ninguna de las narraciones aquí reunidas esté encuadrada dentro de las filas confederadas, en las que el autor combatió más de cincuenta años antes de ser dado por desaparecido mientras seguía como observador al ejército de Pancho Villa. Bien es cierto que casi todas los Cuentos de soldados y civiles mitifican el heroísmo y la entrega de los defensores de la esclavitud, como el Hollywood clásico por otro lado. Pero, como ante la buena literatura para mí no hay dogmatismos que valgan, aplaudo sin paliativos los textos de un autor que, a decir de Lovecraft, constituye "una de las cumbres de la literatura fantástica estadounidense".
Muerto en Resaca, que cierra tan espléndido conjunto, incide en lo apuntado en Una escaramuza en los puestos de avanzada. Esto es: el soldado que busca la muerte despechado por amor. En este caso, el militar es el teniente Herman Brayle, quien llama la atención de sus compañeros por el inconsciente arrojo del que hace gala en la batalla. Por fin, cuando se le encomienda llevar un mensaje, tras una cabalgada en la que desafía los disparos del enemigo -bien podría haber inspirado la de Kevin Costner al comienzo de la tediosa Bailando con lobos (1990)- el teniente muere.
Un año después, el narrador, a quien le ha tocado en suerte la cartera del difunto -al parecer siguiendo una costumbre castrense-, descubre en ella la carta de una señorita. En ella le dice a Brayle que se ha puesto en duda su valentía y le advierte que le prefiere muerto que cobarde. Personado en casa de la dama para devolverle la misiva, la mujer se escandaliza al ver que la misiva está manchada de sangre. Dicho gesto sirve de detonante al narrador para que cuando la joven, la novia de Brayle, le pregunte que cómo murió el teniente, el hombre responda -en clara alusión a ella, a mi entender- que "le mordió una serpiente".
(junio, 98)
Publicado el 16 de febrero de 2016 a las 12:30.